Vibrando Alto Mientras Nos Roban Todo”
“Nos quieren hacer creer que la espiritualidad es una competencia de fe individual, un diálogo privado con Dios o el universo donde el éxito depende de nuestra vibración. Nos repiten que si no alcanzamos nuestros objetivos es por falta de abundancia interior, no por desigualdades estructurales. Pero ese relato no es inocente: desvía la mirada de lo colectivo para culpar al individuo. No nos falta fe; nos falta justicia social. Lo que falla no es nuestro espíritu, sino un sistema que precariza, explota y convierte la dignidad en mercancía.
El mercado encontró en la espiritualidad un negocio: transformó prácticas ancestrales en objetos de consumo. Nos volvió devotos del yo, compradores de energía, buscadores de paz en cápsulas. Cuarzos, mantras diluidos, meditaciones para no pensar. La consigna es siempre la misma: “el cambio está en ti”, como si las estructuras de opresión fueran simples ilusiones mentales. Pero esa espiritualidad domesticada nos despolitiza. Allí donde hubo ritual, comunidad y resistencia, ahora hay estética minimalista y frases motivacionales. Eso también es colonialismo: apropiarse de saberes indígenas, despojarlos de su raíz histórica y venderlos como bienestar neutro o símbolos marketineros: Jesús de Nazareth, el Che, etc.
La verdadera espiritualidad no es una vía de escape, sino una forma de presencia radical en el mundo. No implica cerrar los ojos, sino abrirlos más. Actuar no es sólo marchar, sino elegir qué consumimos, qué voces amplificamos, qué narrativas sostenemos. Cada gesto consciente es una forma de lucha. Por eso no podemos confiar en quienes hablan de luz sin hablar de hambre, ni en quienes predican paz ignorando genocidios. Tampoco en quienes callan ante Palestina, Sudán, el Congo o ante las intervenciones del imperialismo en América Latina en busca del agua y toda la riqueza subterránea. La espiritualidad auténtica nace de la conciencia de clase, del reconocimiento del otro y de la necesidad urgente de justicia real. El silencio —en tiempos de violencia— siempre es complicidad.

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