LENGUAJE Y PATRIARCADO


LENGUAJE Y PATRIARCADO

Somos pensados por el lenguaje.

Somos actuados por la gramática

Hay una intervención sobre las cosas por medio del lenguaje.  Nos  trasciende.

No es propio. Ninguna de las palabras que utilizamos las inventamos nosotros, nada de lo que contiene el lenguaje es producido o fabricado por nosotros.  Las palabras vienen ya combinadas, con significados establecidos y para hablar el lenguaje tenemos que utilizar reglas que ya están estipuladas.

Sino lo hablamos correctamente, quedamos fuera. Somos marginados.   

Por lo tanto el lenguaje nos habla al sumergimos en un mar de palabras que está desde siempre. Se puede utilizar todo el andamiaje de combinaciones pero nunca se puede romper. Porque todo es habla, pero es un habla serializada, industrializada.

La lengua constituye un dispositivo:  dispone y ordena. En realidad es una máquina que nos ofrece las categorías y los moldes que debemos utilizar. Por lo tanto el lenguaje no es exterior.  Ya está incorporado en nuestro devenir

Todo supone lenguaje.

El proceso del pensar se sostiene en una estructura gramatical. Condicionada. Ese es el límite. Parece imposible transgredir el lenguaje. 

El lenguaje occidental fue forjando su organización en la imposición del género masculino como universal. Y la lengua castellana no ha sido la excepción.

 No queremos romper el lenguaje, pero tampoco admitir todo lo establecido, todo lo impuesto. Se trata, más bien, de comenzar a tomar conciencia de como el  lenguaje  violenta  diferentes  facetas de la vida cotidiana, como por ej: la diferencia sexual.

Dado  el lenguaje no es neutral. Es utilizado y difundido por los grandes sujetos de poder. Ahí aparece el patriarcado como sistema imperceptible.

No tratamos de corregir a nadie. El instinto de corrección en el lenguaje, resulta absurdo, intolerante.   Porque  al corregir surge la necesidad de encorsetar a la otra persona en un orden ya establecido.

El hablar bien, correctamente tal como lo plantea la gramática, siempre ha sido fluctuante, cambiante. Porque la lengua cambia, muta en forma permanente.  Siempre existe una tensión  entre el lenguaje popular y la academia.

La fuerza de la gramática es imponente.

La primera lucha, el primer paso radical para cambiar el orden,  es poder fisurar el lenguaje.  Ablandar sus estructuras.

Dice García Márquez: 

“Simplifiquemos la gramática, antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes. Aprendamos de las lenguas indígenas. A las que tanto debemos y lo mucho que tienen para enseñarnos y decirnos”. 

La gramática, entonces, resulta ser una institución, un conjunto de leyes, una legislación precisa. Del conjunto de sistemas de derecho el más inviolable es la gramática.

Como plantea Darío Stanzraijber: “El resto de los derechos los podemos cuestionar, discutir, encontrar sus contradicciones, ahora con la gramática desde cualquier ideología se  la cuida, la respeta y protege. Es como que cualquier violentamiento de la gramática, rápidamente tenés a todo el mundo marcándote el error gramatical. Es como que toca una zona como de vergüenza,  hablar mal, equivocarse en el uso de la palabra. Podés ser cualquier cosa, ahora si hablás mal,  eso es lo peor.  Te muestra precario, indefenso, débil”.

El uso de la lengua está sacralizado. Nadie podría violentarla. ¿Por qué tanto respeto a la lengua, tanto celo en el uso de las palabras?

Lo que está fuera de la lengua oficial es mal considerado.

Salirse de la lengua oficial, es utilizar a veces “malas palabras”.

Veamos qué opina el notable escritor popular José Fontanarrosa: “¿Porqué son malas algunas palabras, quién las define, acaso le pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son de mala calidad?  ¿O sea que cuando uno las pronuncia se deterioran?, ¿se dejan de usar? Tienen una actitud reñida con la moral. Si obviamente, pero no se quien las define como malas palabras. Tal vez sea como esos villanos de las viejas películas que al principio eran buenos pero que la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros al marginarlas las hemos derivado en palabras malas. Algunas de ellas no parecen de mala calidad, incluso se las escucha más fuertes, más saludables, al punto que en alguna época se decía palabrotas, con un aumentativo”.   

INFANTE significa sin voz.  Entonces  a los chicos los consideramos carentes de voz. En realidad es una voz que no ha adquirido nuestro logos.  O sea nuestra racionalidad. Pensamos que es una voz carente. Como si nuestra voz tuviera más realización, más plenitud que la voz de un niño que tiene otros códigos.

  

 

 

 

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