En la fosa común de la historia


 ¿quiénes hoy son hijos de aquellos que mataron al profeta?

El evangelio de Jesús, es anuncio de Vida, no resignación de muerte. Sin negar la “resurrección” hay que situar el tiempo y lugar histórico,  desde la fosa común donde son arrojados los crucificados de la historia humana, para afirmar de esa manera la certidumbre del evangelio que proclama el amparo de lxs que han sido y siguen siendo expulsados de la vida con violencia.

La resurrección de Yeshua  no es un acontecimiento privado, sino el comienzo de una historia de restitución que comienza en las fosas comunes y en los cementerios sin gloria ni nombre de los desterrados de la historia,  de los que mueren de hambre injusta o de injusticia del sistema, sin que nadie les entierre dignamente.

Nuestros desaparecidos en dictadura y también en democracia.

Yeshua criticó la religión de los «sepulcros blanqueados» (Mt 23, 27), propia de aquellos que elevan tumbas hermosas a los asesinados (religión de muerte) para seguir siendo asesinos (religión que mata). Los que edifican sepulcros suponen que están honrando la memoria de los muertos, pero hacen algo muy distinto: en el fondo quieren enterrar mejor a los asesinados, aprovechando su memoria para seguir imponiendo su violencia (es decir, para matar a los profetas del presente). El evangelio de Mateo ha insistido en el tema, aplicándolo a los escribas y fariseos (que no son simple judíos, que pueden querer ser cristianos): «Con esto dais testimonio contra vosotros mismos de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros, pues, colmad la medida de vuestros padres!» (Mt 23, 31-32).


Me pregunto: ¿quiénes hoy son hijos de aquellos que mataron al profeta?


Al construir los monumentos de los mártires, diciendo que quieren distanciarse de sus padres asesinos (que mataron a los profetas), los hijos de los asesinos siguen aprobando la violencia de los padres y viviendo de ella. Necesitamos matar para así mantenernos y triunfar nosotros sobre la tumba de aquellos a quienes hemos enterrado. En ese sentido, nuestra misma estructura social viene a mostrarse como culto a la muerte. Primero matamos y después (al mismo tiempo) divinizamos o sacralizamos a los muertos, para así justificarnos. Caminamos sobre los cadáveres de los que asesinamos y enterramos. Así dijo Yeshua, por eso le mataron.


los romanos solían dejar que los ajusticiados públicos quedaran sobre el patíbulo, para escarmiento público, o los arrojaban a una fosa común donde se consumían, sin cultos funerarios, también para escarmiento de otros posibles malhechores. Los romanos no dejaban que se levantaran tumbas gloriosas sobre los crucificados. Teniendo eso en cuenta, son muchos los que afirman que Jesús no fue enterrado con honor, sino arrojado por los verdugos romanos a una tumba común, un pudridero para condenados, al que ningún hombre puro se acercaba sin contaminarse. De todas formas, conforme a la tradición de los evangelios, resulta más probable que le enterraran “los judíos”, es decir, las autoridades israelitas de Jerusalén, que pidieron a Pilato los cuerpos de los ajusticiados, pues, si no se enterraban esos cuerpos manchaban la tierra santa y corrompían la ciudad de Dios, sobre todo en un tiempo de celebración nacional como Pascua.


Habrían sido ellos, los judíos, los que enterraron a Jesús, con permiso de Pilatos (o de los romanos), por razones de pureza ritual. Fue de verdad un “santo” entierro: le bajaron de la cruz y le pusieron bajo tierra los mismos verdugos, para que todo pudiera seguir su curso, como si nada hubiera pasado. Fue “santo” como son santos los entierros sin gloria de los desaparecidos; como fueron santos los funerales de los judíos consumidos en los hornos de los campos de concentración, para que no quedara así memoria de ellos en la tierra.


Jesús murió y fe enterrado con los expulsados de la historia, en la línea de Is 53, 9: «fue con los impíos su sepultura».



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