Somos lo que consumimos


 

La producción no solamente produce un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto. La producción produce, pues, el consumo.

Karl Marx

 Somos lo que consumimos.

 Nos  constituye  como tal,  en función del objeto consumible que va puliendo el carácter de cada persona.

Los temas musicales “del momento” en sus distintas versiones -  principalmente el del videoclip – se han transformado en la mercancía cultural más consumida por la juventud global. Incluso por muy encima de los bet-sellers de  literatura juvenil, los videojuegos, los programas de TV o el cine de Hollywood.

            A la “aparente gratuidad” de su consumo, hay que sumar su inmediatez, la brevedad del metraje y el encantamiento que produce en las generaciones más jóvenes  por  su irresistible mezcla de música, sexo y espectáculo y por supuesto las relaciones amorosas contaminadas  de sufrimiento y dolor. Entonces la música funciona no sólo como publicidad para el artista,  sino (sobre todo) como el cebo imantado que atrae la atención  para que una vez asimilado su contenido, esa atención es transformada en mercancía insertada en el mercado por las empresas propietarias, y lo que esconde: el modelaje continuo  de   un tipo de subjetividad acorde.

En nuestros días se puede considerar que este objeto de consumo se expande  por un público muy numeroso e  internacional. Las estrellas de la música con sus videos influyen poderosamente en los valores, creencias e ideología de las generaciones. En  suma,  compone un tipo de persona marcada por un determinado estilo de vida, con  prioridades, objetivos y sueños premoldeados.  Es importante destacar que también ayuda a potenciar las fobias y a decidir lo que queda fuera de sus intereses mediante la producción del silencio comunicativo.

Es por toda esa capacidad de influir del mercado de la música en las subjetividades más jóvenes que   la atención del poder económico y político también se centra aquí.

O sea que la música, es un dispositivo que se  publicita masivamente porque constituye un poderoso vehículo de reproducción ideológica y de construcción de consenso político sin olvidar su fundamento comercial.

Esto es que la difusión dominante del videoclip arroja como resultado de la lógica económica de la industria musical que la produce y como producto de la lógica política de la clase que controla su producción.

De hecho, en un mundo gobernado por la mentira, que no solo encontramos en la mayoría de la política o la contabilidad de las grandes corporaciones sino que embarra lo cotidiano con una imposición de  la competencia y el afán de lucro como lógicas ganadoras de las relaciones personales.  

Algunos  rasgos interesantes para tener en cuenta de este gran despliegue del poder mediático a través de los diferentes dispositivos es que  produce entre la masa jóven un determinado ocio alienado caracterizado  por el escapismo y la diversión a través de  la banalización de la crueldad, la violencia sexoracista  y la búsqueda de lo absurdo, fusionando cultura y entretenimiento. A través de la provisión de datos algorítmicos generados por los consumidores y entregados gratuitamente mediante motores de búsqueda o simplemente likes lo cual ayuda a producir una fabricación planificada del gusto de los consumidores, la pseudoindividualización de los productos, dependencia absoluta al imperio de la publicidad,  la previsibilidad de los productos, la explicitación pornográfica de la belleza con un toque de tontera y puritanismo, la dependencia de la industria cultural a otras industrias con mayor tamaño y capitales y por supuesto  la promesa de que cualquiera  puede lograr el triunfo (fama) y la riqueza.  


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