CONTRA EL DÍA DEL TRABAJADOR

 

Contra el día del trabajador: la fiesta de la servidumbre

El 1º de mayo, institucionalizado como el “Día del Trabajador”, es hoy una mascarada cuidadosamente administrada por el mismo sistema que explota al trabajador. Es la celebración de una derrota, no de una victoria. Una fecha que recuerda a los mártires de Chicago, a las costureras de la Cotton, a los caídos en Cananea, pero que ha sido vaciada de su fuerza política por el SISTEMA CAPITALISTA, que sabe integrar incluso la protesta como parte de su espectáculo. No hay fiesta posible mientras el trabajo siga siendo un medio de enriquecimiento para una minoría rapaz y privilegiada.

Desde su origen, este  modelo de producción ha hecho del trabajo una forma de dominación, una maquinaria de extracción del tiempo y del cuerpo de millones para la acumulación obscena de unos pocos. Y esa lógica no ha cambiado: las reformas laborales, los discursos de progreso, la inclusión en el mercado son solo maquillajes de una estructura que sigue devorando pueblos enteros. La  concentración de riqueza avanza de la mano de la desposesión sistemática. Nada ha mejorado. Las cifras de empleo ocultan la precarización, la informalidad y la pérdida de derechos.  

Deleuze nos enseñó que el poder ya no se ejerce como represión, sino como producción de subjetividades dóciles. El obrero moderno es ahora el emprendedor precario, el freelancer que autogestiona su explotación, el migrante que entrega su cuerpo por centavos, el joven que cree que su futuro depende de su marca personal. El control no prohíbe: captura el deseo. El capitalismo, dice Nietzsche, ha hecho de la obediencia una virtud, del sacrificio una moral. Glorificamos el trabajo incluso cuando ya no garantiza vida. Se nos enseña a resignarnos, a sobrevivir, a agradecer.

Pero muchos pueblos en el mundo han aprendido a resistir. Desde los trabajadores de las apps que se organizan en medio de la informalidad, hasta las mujeres que exigen el reconocimiento del trabajo de cuidados de personas, pasando por los pueblos indígenas que reclaman el territorio como condición de posibilidad de la vida, emerge una conciencia radical. Este modelo político nos quiere convencer de que sin su guía somos animales perdidos. Pero no. Somos pueblos con memoria, con dignidad, con conciencia. No caminaremos con cadenas. Siempre lucharemos por una vida digna y por el buen vivir, para nosotros y para quienes vienen después.

Mientras las clases dominantes siembran egoísmo y justifican guerras fratricidas como en Palestina o Ucrania, los pueblos del sur seguimos construyendo solidaridad. Como dijo Allende en Guadalajara: “Un obrero sin trabajo tiene derecho al trabajo, sea o no marxista, cristiano o sin ideología. Ese proceso de concientización debe comenzar con la juventud.” No hay neutralidad posible ante la injusticia. Y no hay lucha auténtica sin una ética profunda de humanidad.

Este Primero de Mayo no hay nada que festejar. Es día de duelo y de fuego. Día de recordar a quienes cayeron luchando, pero también de decir que resistir ya no basta. Tenemos que crear. Organizar. Desobedecer cuando sea necesario. Construir la opción de los trabajadores, de los pueblos, de los mundos diversos. Poner al ser humano y a la vida en el centro. Mientras el mundo unipolar agoniza entre su corrupción y su violencia, se va extendiendo  la indignación justa de los pueblos.

Contra el día del trabajador, es obsceno sostener que el trabajo es digno en medio de la miseria. Es necesario visibilizar cuestionando la lógica misma de la explotación. Es muy importante tener una vida que no pueda ser capturada.

 

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