DESEAR SIN ALGORITMO
DESEAR SIN ALGORITMO
“Entre la deuda y el deseo: una crítica al capitalismo de la subjetividad”
Durante mucho tiempo creí que el capitalismo era una cuestión económica: empresas, mercados, balances. Pero algo no encajaba. En mi día a día, notaba una presión constante, una voz invisible que no cesaba de empujarme a querer más, a comprar, a endeudarme, a rendir. No era solo el dinero lo que estaba en juego, sino mi deseo, mi tiempo, mi atención. Fue ahí donde comenzó mi investigación: no ya como académico, sino como cuerpo implicado, como subjetividad que resiste.
Descubrí que el capitalismo contemporáneo, especialmente en su versión neoliberal, no solo organiza la economía: organiza la vida. Lo dice Zygmunt Bauman en Vida de consumo: ya no somos definidos por nuestro rol en el trabajo, sino por nuestra capacidad de consumir. Y si no podés, endeudate. “El consumo no es ya una elección, es una obligación social.” Esa frase me golpeó. Lo vi en cada cartel, en cada influencer, en cada oferta de “12 cuotas sin interés”. El sistema no solo me vendía productos: me vendía una forma de ser. Consumir se volvió condición para existir.
Maurizio Lazzarato, en “La fábrica del hombre endeudado”, profundiza esta lógica: el neoliberalismo no necesita reprimir, sino modelar. No castiga: te convierte en deudor, en alguien que debe algo desde antes de empezar. “El capitalismo no produce solo mercancías, sino sujetos endeudados.” Y yo me reconocí ahí: siempre en falta, siempre corriendo detrás de algo. La deuda no era solo económica, era existencial. No era solo el banco: era mi ansiedad, mi autoexigencia, mi miedo a no estar “al día”.
Fue Gilles Deleuze quien me ayudó a ver que ya no vivimos en sociedades que nos encierran, como decía Foucault, sino en sociedades de control. No hay muros, hay algoritmos. No hay celadores, hay notificaciones. “Ya no se encierra a la gente para hacerla obedecer, se la modula para que produzca y consuma sin parar.” El marketing y la publicidad se metieron en mis sueños, en mis conversaciones, en mis búsquedas. Me di cuenta: no era libre, era gestionado.
Franco “Bifo” Berardi lo dice claro en “La fábrica de la infelicidad”: el sistema no solo explota tu cuerpo, explota tu deseo. Coloniza tu atención. No te deja desear libremente, porque te inunda de estímulos que eligen por vos. Byung-Chul Han agrega una nota poética y trágica: nos volvimos empresarios de nosotros mismos, máquinas de rendimiento, agotados, incapaces de amar sin cálculo.
Y como si todo eso no bastara, Mark Fisher en “Realismo capitalista” dispara el golpe final: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Porque nos han convencido de que no hay alternativa. Incluso nuestra crítica es absorbida por el sistema, convertida en estética, en mercancía.
Pero yo no quiero resignarme. Por eso escribo este ensayo como acto de resistencia y propuesta. ¿Y si empezamos por rechazar la deuda como destino? ¿Y si construimos comunidades que compartan, que se desendeuden, que desobedezcan al mandato del consumo? ¿Y si reaprendemos a desear sin algoritmo?
Despertenecernos, como escribió Marcelo Persia, es abrir una jaula. Es fuga del territorio alambrado del “yo sé”, del “yo tengo que”. Tal vez allí, en ese acto de fuga, comience otra forma de vida. No perfecta, pero nuestra.
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