EMPETROLADOS

 Advertencia para quien lea esto:

No es fácil ver lo que uno ha naturalizado toda la vida. Menos aún cuando eso que parece tan cotidiano —la ropa, el colchón, la nafta— es parte de un sistema que nos está llevando al colapso. Pero si no empezamos a mirar con otros ojos, terminaremos envueltos en las llamas del mismo fuego que hemos alimentado durante mucho tiempo. Me di cuenta una mañana cualquiera que me vestía con ropa de poliéster y me senté en mi colchón mullido, rodeado de confort. Fue entonces cuando una pregunta me atravesó: ¿cuánto de mi vida cotidiana está hecho de petróleo? No hablo solamente de la nafta del auto o del plástico en el supermercado. Hablo de todo. De mi ropa, mi cama, los revestimientos de mi casa, hasta los dispositivos con los que escribo esto.
No lo había pensado antes. Porque nadie nos enseña a pensar en eso. Porque el sistema está diseñado para que no lo veamos. Vivimos en lo que ahora entiendo como un régimen fósil-colonial: una estructura de poder que sostiene su dominio a través del petróleo, del gas, de los bancos, y de los gobiernos que los legitiman. Nos hicieron creer que no hay alternativa. Que el petróleo nos trajo progreso. Y en parte, es cierto. Pero también nos trajo incendios, sequías, desplazamientos, muerte.
Los incendios forestales ya no son simples tragedias naturales. Son manifestaciones de un orden que se quema a sí mismo. Y en esa imagen del fuego encontré una verdad brutal: el capitalismo se comporta como un incendio. Avanza sin control, consume sin límite, y deja atrás cenizas. No importa si es un bosque o una comunidad entera: todo lo que puede ser explotado, será explotado.
Estamos atrapados en un experimento de 150 años, cuyos resultados ya son evidentes. Y sin embargo, los mismos actores que sabían lo que iba a pasar —las petroleras, los lobbies, los políticos cómplices— siguen dirigiendo el guión.
Pero no todo está perdido. Hay señales. El Reino Unido, el mismo país que encendió la revolución industrial a carbón, hoy lo ha dejado atrás. Texas, epicentro petrolero de EE. UU., genera más energía renovable que California. Estos cambios eran impensables hace una década. Y sin embargo, están ocurriendo.
Te invito a que mires a tu alrededor con otros ojos. A que te preguntes cuántas cosas que das por hechas están alimentando este fuego. Este no es solo un problema ambiental: es un problema político, ético y civilizatorio. Y la verdadera transición no será solo energética, sino cultural.
Despertar del sueño fósil no es cómodo, pero es urgente. Porque la alternativa ya no es el futuro… es el infierno.

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