¿Independencia o cambio de figuritas? Una crítica al relato oficial del 25 de mayo

 



¿Independencia o cambio de figuritas? Una crítica al relato oficial del 25 de mayo

Cada 25 de mayo, las escuelas se llenan de escarapelas, los actos evocan el Cabildo Abierto y los medios repiten el mismo relato sobre una gesta heroica que "nos liberó del yugo español". Sin embargo, cuando miramos con atención la historia real, y aún más, cuando observamos las condiciones materiales y simbólicas de nuestra vida cotidiana, nos damos cuenta de que la verdadera independencia nunca llegó. Lo que hubo, como afirma la crítica decolonial contemporánea, fue un cambio de figuritas: se sustituyó a los representantes del imperio español por una elite criolla blanca que perpetuó las mismas lógicas de exclusión, dominación y dependencia.

Esta afirmación no es gratuita ni provocadora por sí misma. Es una invitación a revisar críticamente el relato oficial de la historia, a desnaturalizar los símbolos patrióticos, y sobre todo, a interrogar la coherencia entre ese pasado narrado y el presente que vivimos.


La trampa de las independencias

Breny Mendoza, pensadora decolonial hondureña, ha planteado con contundencia que las revoluciones latinoamericanas no fueron auténticas descolonizaciones, sino "descolonizaciones fallidas". Lo que se independizó fue el territorio, no los pueblos. Es decir: las nuevas repúblicas mantuvieron —y a veces profundizaron— las mismas estructuras coloniales que decían combatir. Se abolió la monarquía, pero se mantuvieron el racismo estructural, el patriarcado, el clasismo y el despojo económico.

En Argentina, el proceso iniciado en 1810 derivó en una república que, desde sus orígenes, se organizó como un proyecto excluyente. El poder quedó en manos de varones blancos ilustrados, que no solo excluyeron a los pueblos originarios y a los afrodescendientes del nuevo pacto nacional, sino que, en muchos casos, profundizaron su marginación. La esclavitud no fue abolida inmediatamente. Las mujeres no fueron ciudadanas. Los pueblos originarios no fueron reconocidos como parte del cuerpo político, sino como obstáculos a eliminar.


La continuidad colonial en la Argentina "independiente"

La teoría de la colonialidad del poder, desarrollada por el peruano Aníbal Quijano, nos ayuda a entender cómo funciona esta persistencia. Aunque las independencias políticas rompieron los vínculos formales con las coronas europeas, las estructuras de dominación colonial siguieron funcionando en las nuevas repúblicas: la lógica de raza, la concentración del poder económico, la dependencia tecnológica y cultural, todo ello persistió e incluso se modernizó.

El Estado argentino fue construido sobre el genocidio de los pueblos indígenas, la explotación del trabajo campesino, la subordinación de las mujeres y la subordinación política a nuevas potencias extranjeras. Del imperio español pasamos al imperio británico, luego al estadounidense, y hoy a las dinámicas del capital financiero global. Seguimos siendo periféricos, proveedores de materias primas y de mano de obra barata, disciplinados por deudas externas y tratados internacionales que no decidimos.

¿Dónde está la independencia?


El relato oficial: una farsa funcional al poder

El problema no es solo que las estructuras coloniales hayan sobrevivido a la independencia, sino que el relato que se construyó sobre ese proceso oculta deliberadamente estas continuidades. La historia oficial —la de los manuales escolares, las efemérides y los actos patrios— ha sido cuidadosamente diseñada para producir consenso en torno a una identidad nacional blanca, eurocentrada y acrítica.

En ese relato, Belgrano y San Martín son héroes inmaculados, la patria es una madre tierna y protectora, y el pueblo es un niño obediente que se emociona con la escarapela. Nada se dice de la masacre indígena. Nada se dice del silenciamiento de las mujeres. Nada se dice de la esclavitud. Es un relato que borra el conflicto, que uniforma la diversidad, que neutraliza la crítica y convierte la historia en un decorado.

Esta operación no es inocente. Como señala Walter Mignolo, otro referente de la crítica decolonial, el control del pasado es parte del control del presente y del futuro. Si aceptamos sin crítica el relato oficial, aceptamos también la continuidad de un orden social profundamente injusto.


La realidad actual desmiente el mito

Vivimos en una Argentina profundamente desigual. Una Argentina donde los pueblos originarios siguen luchando por sus territorios ancestrales frente al avance extractivista. Donde las comunidades afrodescendientes siguen siendo invisibilizadas. Donde las mujeres y diversidades sexuales pelean por derechos básicos. Donde millones de personas viven en la pobreza, sin acceso a la educación, la salud ni la vivienda digna.

Frente a este panorama, resulta obsceno seguir celebrando la independencia como si fuese una fiesta alegre y desproblematizada. Nuestra realidad actual es el espejo más claro de que esa independencia fue incompleta, parcial y profundamente limitada. El 25 de mayo no debería ser una fecha para reafirmar la ficción nacional, sino una oportunidad para revisarla, para cuestionarla, para reescribirla desde abajo.


Hacia una nueva forma de narrar el pasado

Revisar críticamente la historia no es negar los hechos, sino darle voz a los silenciados, a los olvidados, a los derrotados. Es reconocer que la patria no fue, ni es, una comunidad inclusiva, sino un proyecto en disputa. Que hubo múltiples independencias posibles, y que la que triunfó fue la que garantizaba la continuidad de las jerarquías coloniales.

Necesitamos una nueva narrativa, que no se base en héroes de bronce ni en fechas sagradas, sino en procesos complejos, contradictorios y abiertos. Una narrativa que hable de clase, de raza, de género, de territorio, de resistencia y de memoria. Que reconozca que la independencia no es un hecho del pasado, sino una tarea pendiente.


Conclusión: descolonizar la historia para liberarnos de verdad

No se trata de cancelar la historia ni de destruir símbolos. Se trata de politizarlos, de interrogarlos, de sacar a la luz sus contradicciones. El 25 de mayo puede seguir siendo una fecha importante, pero no como una celebración acrítica de un pasado glorioso, sino como un momento para debatir el tipo de nación que queremos construir.

Solo descolonizando el relato, las instituciones, las políticas y los sentidos comunes podremos avanzar hacia una verdadera emancipación. Y solo si dejamos de repetir rituales vacíos podremos abrir paso a una historia que no sea una mentira útil al poder, sino una herramienta para la transformación social.


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