La democracia cansada fortalece la apatía
Las elecciones no sólo miden preferencias electorales: miden temperatura afectiva. Cada voto, o cada abstención, condensa una textura emocional del tiempo. En el pulso de una sociedad agotada, los números esconden una verdad más profunda: no estamos frente a una simple crisis de representación, sino ante un colapso del deseo político. El problema no es sólo quién gana, sino qué afectos sostienen —o ya no sostienen— la idea misma de lo común. Hablar de “apatía política” suele funcionar como diagnóstico rápido, pero impreciso. Se la confunde con indiferencia o ignorancia, cuando en realidad es una forma de cansancio producido políticamente. Las emociones no son estados privados, sino estructuras que organizan nuestra relación con el mundo. Su noción de optimismo cruel describe con precisión el modo en que los sujetos permanecemos atados a promesas institucionales —como la democracia representativa o el progreso económico— que ya no pueden cumplir lo que prometen. Seguimos v...